Cuando entré al mundo del vino era la típica chica que creía que los mejores vinos eran los que seguían ciertos regímenes o reglas y, siendo sincera, un poco pretenciosos. Conocí primero estos vinos tradicionales de países que ya tenían bien establecida su cultura con respecto al vino. Pero dentro de mí, sabía que las cosas no debían ser así. Así que adopté la idea de que los mejores vinos son los que no se olvidan, los que dejan huella sin necesidad de tomarlos en un día especial.

El día que probé Eve por primera vez, quedé sorprendida. Es un vino explosivo y original, y dejó tanta huella en mí que hizo que creciera mi curiosidad de saber más sobre su proceso, así que me puse a investigar.

Al indagar sobre Maison Ventenac y su filosofía, quedé fascinada ya que ellos quieren romper con estos paradigmas y creencias de que el vino es un lujo sobrevalorado, enfocándose en que sus vinos tengan identidad reflejando su lugar de origen y la franqueza de sus uvas.

Ubicados en Languedoc (para ser más específicos en Cabardes), la región nos ofrece gran diversidad en su terruño gracias a su topografía y el uso de uvas del Atlántico y otras regiones, produciendo vinos con colores más profundos y aromáticos.

Además, la bodega se preocupa por el medio ambiente, evitando los sulfitos y permitiendo que las levaduras silvestres hagan su trabajo. Así, sus vinos representan cien por ciento su terruño, son más frescos y transparentes, o bien, como ellos los describen, más “juguetones y profundos”.

Eve es un vino que representa totalmente esta ideología. Es equilibrado, destacando sus notas a frutos rojos, cerezas negras, zarzamoras frescas y un poco de especias, como pimienta roja. Además, en boca encuentras una sedosidad increíble que estoy segura de que amarás.

Espero que con todo lo que te conté, tú también disfrutes de este vino tanto como yo y que te deje esa huella difícil de olvidar.